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Del capítulo 27:
La gordura del suelo

Del capítulo 27: 
La gordura del suelo

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Para el griego Teofrasto, seguidor de Aristóteles, existía algo en el suelo, lo que él llamaba unctuosum óleum (la gordura de la tierra), y eso era lo que alimentaba a las plantas. Faltaban siglos para que se descubriera que el carbono de las plantas no venía del suelo sino del aire. Esa controversia aun persistía en el siglo XIX, con apasionantes debates científicos. Se sabía poco sobre la vida en el suelo por una razón muy simple: solamente se conocían aquellas criaturas que se podían ver a simple vista.

Fue en 1674 cuando Antonie van Leeuwenhoek, un holandés, comerciante de telas y sin formación científica pero muy curioso, colocó una gota de agua sucia de un lago bajo el lente de un primitivo microscopio que él mismo había construido. Cuando la imagen quedó en foco exclamó: ¡qué es esto! Eran miles de criaturas diminutas moviéndose desenfrenadas que habían estado ahí, tan cerca y por siglos, y nadie las había visto: una parte de la Naturaleza que no había sido descubierta aún por el hombre. Cuando los que investigaban los suelos comenzaron a usar el microscopio se dio una verdadera revolución. Así los científicos comenzaron a descubrir el papel de los microrganismos para mantener un suelo sano y fértil. También comenzaron a reconocer el humus, que es el tema de este capítulo.

«Humanidad, humildad y humes: todos surgen de la misma raíz. Cuando los humanos pierden contacto con el suelo, dejan de ser humanos».

Satish Kumar
Pacifista y activista ambiental indio.

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