¿Vivos o muertos?, ¿de dónde salieron?, ¿dónde están?, ¿cuántos viven en el suelo o en nuestros cuerpos? Son muchas las preguntas sin respuestas sobre los virus, a quienes recién encontramos en este capítulo, casi al final del viaje. Sin embargo, ahí estaban en el suelo (y en todas partes), desde tiempos remotos (hay quienes dicen que ya estaban antes que Luca). Como son diminutos no fueron visibles hasta la aparición del microscopio electrónico, en 1931.

Aristóteles solía preguntarse dónde estaba el límite entre lo vivo y lo muerto; lo encontraba borroso. Si hubiera conocido a los virus habrían aumentado sus dudas. Hoy, con todo el poder de la ciencia, no sabemos si son seres vivos, si están muertos, o si viven, mueren y resucitan. Vida, tal cual la hemos definido, no tienen: no se alimentan ni respiran, carecen de metabolismo y no pueden reproducirse por sí solos. Cuando están libres en el suelo, en el agua o en el aire, son partículas inertes. ¡Pero cuidado cuando penetran en las células de un ser vivo! Allí parecen cobrar vida y muestran sus verdaderas intenciones transformándose en parásitos siniestros.