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Los que estamos interesados en la vida en el suelo debemos leer a Darwin. No me refiero a su obra maestra “La Evolución de las Especies” sino a su obra póstuma: “La formación de la tierra vegetal por la acción de las lombrices con observaciones de sus costumbres”.
A Darwin lo conocemos por su teoría de la evolución por selección natural. Pocos tal vez conozcan su pasión por las lombrices que perduró hasta su muerte. Comenzó a observarlas y estudiarlas al regreso de su viaje de cinco años alrededor del mundo en el Beagle. Abundaban en el jardín de su casa cerca en un tranquilo poblado a unos 20 kilómetros de Londres.
Hoy las lombrices son estudiadas por técnicas moleculares. ¡Qué envidia sentiría Darwin! Las conclusiones de su libro surgieron de experimentos muy simples, que él mismo catalogaba como «experimentos tontos»; hoy se los rechazaría por falta de rigor científico. Consistían, por ejemplo, en tocar el piano para ver si eran sordas o exhalarles el humo del tabaco para probar su olfato; experimentos tan simples como ingeniosos. Ninguna revista científica hoy los publicaría; sin embargo, muchos de sus hallazgos fueron posteriormente confirmados por la ciencia.
Darwin concluyó que las lombrices eran sordas. Lo hizo cuando observó que permanecían quietas cuando su hijo Francis tocaba el clarinete, o su esposa Emma el piano. Y lo confirmó cuando él les gritaba de cerca, pero teniendo cuidado para que no recibieran su aliento (pues fumaba mucho). Las lombrices no respondían a sus gritos. Sin embargo, también descubrió que, aunque sordas, eran sensibles a vibraciones trasmitidas por objetos sólidos. Si las colocaba encima del piano, se contorneaban al escuchar a Beethoven.
Era paciente, las estudió por cuatro décadas y en 1881, un año antes de morir, publicó el libro “La formación de la tierra vegetal por la acción de las lombrices con observaciones de sus costumbres”. Es interesante que Darwin haya terminado su vida pensando en las lombrices y no en la evolución de las especies.
Sobre las lombrices
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