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Desde Rusia con amor


Se puede afirmar que este ruso de barba espesa, Vasily Dokuchaev, cambió completamente la forma de ver nuestros suelos. Bien merecido tiene ser reconocido como el padre de la ciencia del suelo…


Por supuesto que los primeros en conocer las diferencias entre los suelos --y en observar a sus habitantes-- fueron los agricultores, sin duda principalmente agricultoras, eximias observadoras de la Naturaleza. Descubrieron que no todos los suelos eran iguales; en algunos las plantas crecían mejor. Así comenzaron a bautizarlos de acuerdo con su profundidad, color, humedad, etc.


Ha sido tal la importancia de los suelos para todas civilizaciones que llamaron la atención de filósofos, profetas y hasta poetas. La tierra (junto con el agua, el fuego y el aire) era uno de los elementos fundamentales para los griegos. Así también la tierra era valorada por el hinduismo, el budismo y el taoísmo. En la Biblia aparece Moisés, por el año 1400 a.C., reconociendo la importancia de la fertilidad de los suelos para el bienestar de los humanos cuando instruye a los que van a explorar Caanán y les dice: “Vayan y vean cómo son los suelos, si son fértiles o pobres.”


Por mucho tiempo se consideró al suelo como un cuerpo estático, inmutable; alguna deidad, lo había creado así de fértil para alimentar a los pueblos. Muy pronto vieron que no era tan inmutable como creían. Ya Platón se lamentaba al ver los suelos degradados por la agricultura y las guerras. Y no podía faltar opinando Plinio «El Viejo», naturalista y filósofo romano, describiendo cómo un suelo pierde su fertilidad y lo difícil que es recuperarla.


Por mucho tiempo los conocimientos sobre agricultura y los suelos se fueron trasmitiendo de generación en generación, de padres a hijos, en el seno de las familias campesinas. Más tarde comenzó a preservarse en las bibliotecas: en las casas de la Vida en Egipto, en Alejandría, Bizancio, Babilonia y muchas otras. Y no podían faltar los chinos: fueron pioneros en utilizar las diferencias en la fertilidad de los suelos para fijar impuestos a la tierra.


Durante el siglo XIX el estudio formal de los suelos era el campo de expertos entrenados en geología; consideraban que los suelos se diferenciaban según las rocas subyacentes que les daban origen (las “rocas madre”). Después llegaron los químicos sueleros que se concentraban en la química de los nutrientes del horizonte más superficial. Hasta que en el siglo XVIII llegaron los rusos con ideas revolucionarias.


Uno de los primeros fue un tal Mijaíl Lomonósov (1711-1765), hijo de un campesino y pescador: amante de la física, la química, la astronomía y hasta fue poeta reconocido, habilidad que comenzó a desarrollar luego de que se casó en Alemania con la hija de su casera. Lomonósov fue uno de los primeros en afirmar que el suelo no era un cuerpo estático sino el producto de la evolución de interacciones entre las rocas y organismos vivos a través del tiempo. Hasta ese momento, la biología de los suelos era prácticamente ignorada. ¡Por primera vez los microrganismos aparecían en escena! Por sus aportes a la ciencia hay un cráter en la luna con su nombre. También llevan su nombre un cráter en Marte, un asteroide, una ciudad en Rusia, un aeropuerto de Moscú y hasta una estación en la línea 3 del metro de San Petersburgo.


Un siglo más tarde vino el gran Vasily Dokuchaev (1846-1903), considerado el padre de la ciencia del suelo, quien puso a los organismos vivos del suelo en el lugar que se merecían, como esenciales para la formación de un suelo y el mantenimiento de su fertilidad. Hoy sabemos que el suelo es un cuerpo natural biológicamente muy activo, un ecosistema lleno de vida y con un equilibrio frágil al cual se llegó luego de cientos de años de interacción entre unas rocas, el clima y organismos vivos, muchos de ellos microscópicos. Como no se los podía ver, se los ignoraba.


Esas ideas revolucionarias para la época tardaron décadas para llegar a los Estados Unidos por problemas de idioma. Llegaron por intermedio de científicos europeos que leían el ruso y tradujeron los escritos de los rusos al alemán y al inglés (luego tardaron unos años más para ser incluidos en los textos en español; aún no había internet). ¡Gracias Vasily; usted también tiene bien ganado su cráter en Marte!


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