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El valor de la Naturaleza: ¿Podemos ponerles precio a los servicios que nos brinda?


Solo un necio confunde valor con precio

Antonio Machado


Mi colega, amigo y excelente investigador Jose Paruelo me acaba de compartir un artículo suyo publicado en el periódico La Diaria. Lo tituló “Instrumentos económicos basados en mercados para la conservación de la naturaleza: ¿solución o más problemas?

Lo que para algunos es una solución para problemas ambientales, para otros es negocio. Hay quienes opinan también que esa alternativa ponerle precio a todo en la Naturaleza –a la biodiversidad, al agua, al secuestro de carbono en los suelos, etc.– plantea hasta problemas éticos.


Paruelo comienza con una serie de interrogantes acerca de los mercados del carbono como un ejemplo de los llamados “instrumentos económicos basados en mercados para la conservación de la naturaleza” (IEBMC). Los IEBMC son herramientas orientadas a proveer incentivos para reducir la degradación ambiental. A diferencia de otras políticas, tales como las normativas o las leyes regulatorias, en este caso, hay opciones por las que el agente puede decidir degradar el ambiente y pagar un precio por ello (principio de “el que contamina paga”), o no hacerlo y ser compensado económicamente (principio de “el que cumple obtiene”).


Empieza preguntándose: ¿son los bonos de carbono una herramienta conveniente para el desarrollo de políticas ambientales? ¿Es posible extrapolar esta política para apoyar la conservación de la biodiversidad, evitar la degradación de los recursos naturales como los suelos, y otros servicios ecosistémicos? Un aspecto central de esta alternativa es la monetización de estos servicios, –ponerle un precio al carbono en este caso. Es así como ha surgido un mercado novedoso alrededor de las emisiones.


En el comercio de emisiones los participantes (unas industrias, por ejemplo) están obligados a cumplir con las metas y quienes las “sobrecumplen” (es decir emiten menos de lo pactado) pueden vender sus cuotas de emisión a quienes emitieron más de lo fijado. Otra modalidad son los mecanismos en los que se “compensan” emisiones de otros actores con proyectos que “secuestran” carbono, o sea que tienen emisiones netas de carbono negativas. Estas emisiones negativas son adquiridas por un tercero y tienen el potencial de convertirse en un activo negociable, en $$$$. Sería el caso de la reforestación. Existen organizaciones privadas que emiten Unidades Verificadas de Carbono (VCU por su sigla en inglés) que pasan a ser negociables. La “verificación” (en este caso del carbono fijado por los árboles plantados) está en manos privadas, y las bases científico-técnicas, según los casos investigados por el autor, pueden ser cuestionables.


Existen muchos ejemplos en los que se ha buscado internalizar los costos asociados a la pérdida de servicios ecosistémicos o de biodiversidad tratando de ponerles un precio. En 1996 un grupo de ecólogos liderado por el economista ambiental Robert Costanza, del cual Paruelo formó parte, llevó adelante un ejercicio novedoso: asignarle valores monetarios a una serie de servicios ecosistémicos: desde el mantenimiento de la biodiversidad, el mantenimiento de suelos fértiles, la provisión de agua, hasta la polinización y la regulación de la composición atmosférica. El objetivo era advertir y visibilizar la magnitud de la contribución de la Naturaleza a la economía y al bienestar humano. Los resultados fueron impresionantes: ¡el valor monetario de esos servicios resultó tres veces superior al Producto Interno Bruto del planeta! Esto significaría que, si la Naturaleza no nos brindara estos servicios, el costo de reemplazarlos implicaría multiplicar por tres el volumen de la economía. El trabajo fue publicado en la revista Nature (ver abajo).


Es común escuchar que se le pone precio a todo, pero no se valora nada…. En cierta manera, se podría pensar que con estos estudios estaríamos mercantilizando los servicios ambientales, tratándolos como commodities. Por otra parte, algunas de las cifras de estos y otras investigaciones similares han sido a veces cuestionadas (son cálculos muy complejos). Paruelo reconoce que ocasionalmente los resultados han sido utilizados de manera efectista (hasta por él mismo) y a veces para extraer conclusiones erradas. Por otra parte, hay que reconocer que es biofísicamente imposible reemplazar la gran mayoría de esos servicios. De cualquier manera, mostrar cifras (y más impactante cuando esas cifras son pesos o dólares) es una forma de visibilizar la importancia de los servicios que nos brinda la Naturaleza. En otra publicación comentaremos intentos de ponerle cifras --un costo monetario-- a la degradación de los suelos.

Paruelo en su artículo discute al detalle las dificultades que existen para estas estimaciones por lo complejo que resulta estimar, por ejemplo, los volúmenes de carbono secuestrado en el suelo o los impactos en la biodiversidad generados por diversos usos de la tierra como la forestación. Yo me preguntaría como ponerle un costo (en pesos) a la disminución de la actividad de los microrganismos del suelo, quienes son los responsables de muchos de esos servicios ambientales. Concretamente para el caso de Uruguay, a Paruelo le resulta sorprendente la invisibilización del pastizal natural o su subvaloración en términos ambientales al promover su reemplazo por plantaciones forestales.


Cerca del final, Paruelo se pregunta: ¿entonces los instrumentos económicos no tienen nada que hacer en cuestiones ambientales? En su opinión, por supuesto hay espacio para los incentivos económicos a la hora de diseñar políticas ambientales. Estos, sin embargo, deberían aplicarse en el marco de regulaciones y normas claras, con una gobernanza basada en estados soberanos y sin caer en la mercantilización de la Naturaleza. Por otro lado, sin duda, hay que moderar las expectativas que el uso de estos instrumentos IEBMC puede representar para la conservación de la Naturaleza. La Convención sobre Diversidad Biológica señala que las iniciativas basadas en mercados privados nunca serán suficientes para alcanzar los objetivos de mantener y/o restaurar la biodiversidad. La inversión pública es indispensable.


Vale la pena leer este artículo para repensar el impacto de algunas políticas públicas.


“No venga a tasarme el campo con ojos de forastero,

porque no es como aparenta sino como yo lo siento.

Su cinto, no tiene plata ¡ni pa’ pagar mis recuerdos!”


Osiris Rodríguez Castillo



FUENTES Y MAS INFORMACION


Artículo en el periódico La Diaria


Costanza, R, D’Arge, R., De Groot, R., Farber, S., Grasso, M., Hannon, B., Limburg, K., Naeem, S., O’Neill , R. V., Paruelo, J., Raskin, R. G., Sutton, P. & Belt, M. V. D. (1997). The Value of world’s ecosystem services and capital natural. Nature, v. 38, p. 253 – 260.


Libro sobre valoración de servicios ecosistémicos en Argentina (2010)



NOTA: José Paruelo actualmente comanda las investigaciones en el área de Ciencias Ambientales del INIA (Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria del Uruguay). Es profesor Grado 5 del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, profesor titular de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires/Conicet (Argentina) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III.

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