Cuando recibimos noticias, comentarios o ensayos sobre la biodiversidad, en la mayor parte de los casos se refieren a la biodiversidad de las selvas o de los océanos. En contraste, aquellos referidos a la biodiversidad de los suelos son escasos. Se llega a veces al extremo de que cuando se habla de los suelos simplemente se ignora que en ellos viven millones de criaturas de todos tamaños y formas, que cumplen funciones esenciales para que los suelos se mantengan sanos y productivos.
Hace tres de años, en el 2019, el doctor David Montgomery ofreció una interesante presentación en el XXVIII Congreso de la Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa) donde habló del rol de los suelos y de su restauración en términos del futuro de la Humanidad. El disertante es profesor de la Universidad de Washington y autor de numerosos libros entre los que se destaca “Dirt: The Erosion of Civilizations” (“Tierra: La erosión de las Civilizaciones”).
Montgomery comenzó con una afirmación provocadora: “Se habla de la deforestación como causante principal de la degradación de los suelos, pero la realidad es que el arado contribuyó más que el hacha”. Por supuesto, esta aseveración fue recibida con beneplácito por los participantes, todos fervientes partidarios de la llamada “siembra directa”. Este sistema de manejo del cultivo implica colocar la semilla en contacto con el suelo eliminando el movimiento de tierra por el arado, y dejando los residuos de los cultivos en la superficie, cubriendo el suelo.
Tierra preparada con laboreo convencional lista para la siembra. Se aprecia el efecto del arado y de los rastreos, y la superficie del suelo desprotegida.
Cultivo de soja establecido por siembra directa. Se aprecial los residuos del cultivo anterior.
Fotos: South Dakota Soybean Association y Lekavicius/Shutterstock)
Describiendo la situación en los Estados Unidos, donde los mejores suelos han sufrido un manejo muy intensivo por décadas para la producción de alimentos (y actualmente también para producir biocombustibles), el experto indicó que esos suelos han perdido en promedio más del 50% de su materia orgánica. “Ya hemos degradado entre un cuarto y un tercio de nuestras tierras potenciales para agricultura”, indicó.
A nivel global, la ONU ha reportado que, cada año, la Humanidad pierde un 0.3% de su capacidad global para producir alimentos a causa de la erosión y degradación de los suelos con una población mundial creciendo. Son tendencias opuestas que raramente ocupan los titulares de la prensa pero que son preocupantes.
En este contexto Montgomery pregunta: “¿Es posible restaurar el suelo? ¿Podemos revertir el patrón histórico o estamos condenados a repetir el de civilizaciones anteriores, pero esta vez a escala global y sin tener otro lugar donde ir?”. Su opinión: “si, es posible”. Es optimista, pero reconoce que no será fácil.
En el centro de todo intento de restauración de suelos degradados (así como en el mantenimiento de la productividad de suelos que aún no han sido afectados) está la recuperación de los niveles de materia orgánica (lo que algunos han llamado “la gordura del suelo”), y para ello es fundamental el trabajo de los millones de organismos que habitan en ellos, desde las minúsculas bacterias hasta las lombrices. En resumidas cuentas, será necesario recuperar y mantener la vida en el suelo.
El optimismo de Montgomery se basa en observaciones de distintos sistemas de producción en sus múltiples viajes, desde Dakota en EEUU hasta Kumasi en Ghana. De todas sus observaciones en experiencias exitosas concluye que la recuperación de los suelos es posible cuando se cumplen tres principios fundamentales: no remoción del suelo, cobertura permanente y rotación de cultivos. Y agrega que estos principios funcionan porque alimentan la biodiversidad del suelo.
A la agricultura se la ha tachado como la responsable de numerosas calamidades y muchas veces justificadamente cuando se la practica considerando al suelo como un simple repositorio de nutrientes para los cultivos, a los que si le agregamos agua y fertilizantes nos proveerá de cosechas abundantes. Este es un concepto erróneo pero enraizado en los sistemas intensivos de producción basados en altos insumos externos. Se necesita un cambio o, mejor dicho, iniciar una transición hacia sistemas que valoren los suelos y su biodiversidad y conviertan a la agricultura en motor para reconstruir su fertilidad, su salud.
Estos principios no son una receta. Para Montgomery, y para muchos otros especialistas (así también para muchos agricultores), es necesario adaptar estos principios a cada región, tipo de suelo y clima, naturaleza de la explotación, escala y nivel de tecnología. Aplicándolos, la agricultura permitirá incrementar la cantidad de materia orgánica del suelo para seguir produciendo alimentos suficientes para una población que sigue creciendo. Además, permitirá un uso más eficiente del agua de las lluvias o el riego, disminuir los impactos negativos de las plagas y el uso de plaguicidas, remediar problemas de contaminación y capturar carbono con el consiguiente efecto en el cambio climático.
Al terminar su presentación, Montgomery opina que el beneficio de reconstruir la salud de los suelos podrá mantener y hasta aumentar la rentabilidad con rendimientos quizás menores pero similares. Agrega que “no se trata de elegir entre agricultura convencional o volver a la agricultura medieval. Se pueden producir rindes comparables a los de los métodos convencionales, pero usando menos fertilizante, pesticidas y combustible”.
“Estamos cerca de una revolución basada en la salud del suelo. Estamos en un punto de cambio en la historia. Podemos convertir a la agricultura en actor de recuperación del suelo en lugar de degradador. La reconstrucción del suelo es una de las inversiones más grandes que puede hacer hoy la Humanidad”, concluyó el experto. ¿Coincidimos?
Fuentes:
Montgomery, D. (2007). Dirt: The Erosion of Civilizations”. Berkeley: University of California Press.
Increible!